Tuesday, September 23, 2014

Desbocados

El caballo se desbocó y ambos quedaron varados al costado del camino.
Lo inapelable acababa de suceder.
De pronto, unos minutos después de pensar en todas las soluciones posibles, él buscó su mirada.
Estaban irremediablemente juntos, pensó.
O quizá no, podían seguir tan distantes como lo estaban desde hacía meses, desde que habían decidido mudarse a ese paraje solitario en una montaña perdida entre el cielo y la nada.
Y de casi no dirijirse media palabra mas que para insultarse o recalcar lo inútil de la forma en que las cosas habían sido por el otro realizadas.
Habían decidido separarse entonces y solo contaban con un viejo caballo como único medio de transporte.
Tal como todas las medidas que habían decidido tomar juntos en los últimos tiempos; el caballo ni siquiera les sirvió para ese último propósito como pareja. 
Esa a la que no habian podido salvar ni apartandose del resto del mundo.
Ni obligandose a cumplir con los proyectos delineados unos años atrás, cuando todo lo que deseaban se cumplía como por arte de magia.
Ella, que no pronunciaba palabra más que para insultarlo desde que habian llegado, no emitía sonido alguno ahora.
Ella esquivó su mirada en cuanto él la buscó como última alternativa.
Estarían condenados a estar juntos para siempre ?
O sería el momento de llevar a cabo un acontecimiento trágico para desterrar esta pesadilla de sus vidas ?
Era él el hombre de su vida ?
La respuesta negativa era sabida por ella desde hacía mucho.
Incluso antes que él propusiera ese estúpido viaje y ella aceptara, casi sin emitir sonido, solo un lejano e interno quejido que quizá ni siquiera él hubiera escuchado.
Tomandola por un hombro la dió vuelta y le clavó la mirada furiosamente.
Otra vez ella era culpable de todo.
De la idea del caballo que sin palabra alguna le transmitiera.
De esa fragancia que emanaba desde su vestido hecho harapos.
De esa vieja dulzura que nunca mas había aparecido entre sus ojos.
De esa hermosa y suave voz que tanto amaba y que jamás volviera a escuchar.
Y una lágrima cayó repentina e inescrupulosamente hasta sus labios y la tomó entonces por su mejillas y sus manos descendieron hasta su cuello, todavía suave, todavía cálido, todavía hermoso.
Y no pudo evitar sonreir.
Ella fue hasta el carro, tomó los bolsos, los de ambos y los puso sobre el camino de tierra y exaló aparatosamente.
Pensó en la muerte, una y otra vez, cerró los ojos y se dejó llevar por el calor de un rayo de sol que daba exactamente en su frente.
Sin volver a abrir los ojos, sintió las manos de él tomando las suyas, levantándola sin que ella opusiera resistencia.
Y así de la mano, retomaron el camino, que sería muy largo hasta esa choza inmunda en medio del cielo y la nada.
 J.M.

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